Basta de palabrerías


Ya casi nadie va a misa en Valdemingo. Apenas tres beatas y Memín el tonto, que se refugia ahí del frío. Al padre Tiburcio le dijeron que se debía a que la nueva generación ya no escucha largos discursos. Él, preocupado por el rebaño, se propuso reducir sus sermones. Cada domingo les recortaría una palabra. Y así lo hizo hasta el extremo:

– La palabra divina, es medicina.

– No juzgaréis ni mataréis.

– Alabado el altísimo.

– Señor, ámanos.

– Predicar.

Al siguiente día expresó las profundidades del mensaje divino a través de la letra “A”, dicha con tremendo aplomo. Después se inició en la expresión mímica. Don Tiburcio dejaba el alma en cada homilía: extendía los brazos al cielo, daba giros sobre un pie, se ponía en cuatro patas. Representaba cada personaje bíblico con esmero, fuera dama, burro o santo. La técnica surtía efecto, pues su parroquia se llenaba de nuevos feligreses conforme pasaban los días, algunos incluso rozando la infancia. Al terminar la misa pensaba satisfecho: El rebaño vuelve poco a poco, la sonrisa les invade la cara y hasta graban alegremente las ceremonias con sus celulares.

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