El monstruo de la carretera


A Benny le gusta el lodo. Le gusta la forma en que se desliza entre los dedos de sus manos y de sus pies. Desde niño le gustaba echarse al lodo a pensar, especialmente en los días que estaba tibio por los rayos del sol. Ya más grandecito, se imaginaba que así debía sentirse estar dentro de un útero, así debía sentirse una caricia.

A Benny no solo le gusta el lodo, no, él ama el lodo. Por eso se fue a vivir a una casucha sobre la carretera, completamente rodeada de tierra. Ahí reza a diario por la lluvia y prepara enormes reservas por si llega una sequía. Se sumerge en su querido lodo, siente el espeso abrazo que no deja ni un pedazo de su piel vacía y se tranquiliza. Abre los ojos y sus pupilas tocan el lodo. Abre la boca y el lodo empieza a rellenarlo. Inhala profundo y se inunda de lodo. Está tanto tiempo así, sumergido, que cuando se levanta descubre que el lodo ya no se le cae del cuerpo. Por fin nadie podrá verlo.

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