Algo negro


El padre despierta a su hija con prisa.

– ¡Paula! ¡Levántate ya! Vístete y te espero en el coche.

La pequeña baja de la cama con torpeza, entra al clóset y se sienta en el piso. Rápidamente se distrae con la ampolla que trae en la planta del pie y olvida las instrucciones. Aplasta la burbuja de agua, la jala y la vuelve a aplastar.

El claxon que suena histérico frente a la casa la saca de su ensoñación. Apenas se levanta y alcanza unos pantalones rosas, cuando el padre entra hecho un torbellino.

– ¡Que vamos tarde! No te pongas eso, tiene que ser algo negro. ¿No tienes nada negro?

Ella lo mira a través de dos enormes almendras cafés y no contesta nada. El hombre por fin entiende que la niña nunca se ha puesto la ropa sola, así que busca en el desordenado clóset y encuentra un vestido negro con botones al centro. La desviste, le mete la prenda por la cabeza y se hinca para abotonarla. Sus caras quedan a la altura y la chiquita nota que su papá tiene los ojos rojos e hinchados, de sapo. Con dos dedos de almohada, le cierra cuidadosamente los párpados a su héroe y le da un beso en la nariz. Las manotas, que aceleradas trataban de enlazar la falda, se detienen y el hombre empieza a llorar como un niño. Abraza a su hija, intenta sacar de ella la fuerza que le ha abandonado. Ella quiere que papá sonría así que lo abraza de vuelta, aunque su barba le pica los cachetes y sus lágrimas le están mojando el vestido.

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