Lluvia de perros y gatos


En el pueblo de Huixquilucan, el pequeño Edo (¿por Edoardo? ¡No! Por Edo Mex) sabía cómo entretenerse en las tardes. Bastaba con ir a tocar el timbre de la casa 16 para que con su amigo Pablo se le ocurrieran cosas divertidísimas que hacer al aire libre. La dupla, que se auto denominó con el ñoñísimo nombre de Superdotados, tenía un lugar exclusivo para ir a jugar: el terreno baldío en lo más alto de la colina, pasando las casas del vecindario.

Los dos hacían carreritas tocando en todas las puertas, cosa que les ganaría un regaño por la noche, hasta el terreno abandonado. Ya ahí se podía hacer de todo entre los árboles y arbustos que aún quedaban entre los montones de basura: deslizarse por las pendientes de pasto sobre cajas de cartón, jugar policías y ladrones, las traes, escondidillas, hacer obras de teatro con toda esa escenografía, pero lo que más les gustaba eran las investigaciones científicas. Ya desde los 10 años, quien pusiera atención podría notar que Edo era un niño genio. Sacaba su cuaderno titulado “Diario de Ciencias” y ahí anotaba hipótesis, experimentos, muestras control, evidencia y conclusiones. Aquí un extracto:

Extracto de Diario de Ciencias de Edo[1]

El color de la flama que expira[2] un objeto al incinerarse nos indica sus componentes: si la flama es azul, el objeto contiene plomo. Verde=cobre. Naranja=calcio. El sabor de las cenizas en la punta de la lengua también ayuda a reconocer componentes del objeto, especialmente si tuvo contacto con alimentos[3].

Esta historia ya tiene sus años, sucedió antes de que a Huixquilucan se lo comiera la ciudad y se convirtiera en una más de las ciudades satélite. Lo que no ha cambiado con el tiempo, es que en la zona llueve el 70% del año.

No es que a los Superdotados les gustara jugar videojuegos y ver caricaturas ¡para nada! Eso era casi como hacer tarea, pero a veces tenían que meterse corriendo al rugir del primer trueno. Ellos amaban el lodo y los charcos, pero si las madres del mundo algo tienen en común, sin importar si son japonesas o huixquiluquenses, es un absoluto terror por los niños sin suéter, y peor si están bajo la lluvia.

Así que una vez dentro, bañaditos, enpijamados, bienportados como eran, tomaban los controles y escuchaban a alguno de sus progenitores exclamar: ahora si están lloviendo perros y gatos. Con más razón los niños corrían dentro porque ¿quién querría recibir un mamiferazo en la cabeza? Y hacia sentido con la cantidad de gatos y perros callejeros que deambulaban en las esquinas y callejones del pueblo. Ahora, Edo que era un chico listo concluyó que eso se decía por el sonido que hacen las abundantes cantidades de agua al caer.

Entonces, como es de esperarse, la primera vez que Edo vio un gato caer del cielo nadie le creyó. Fue un miércoles que no pudo reunirse con sus amigos porque empezó a llover recién volvió del colegio. Tenía la nariz pegada al cristal y miraba como las gotas se perseguían unas a otras sobre el cristal cuando a un par de metros vio una gota demasiado gruesa y oscura para ser puramente líquida. La gota azotó con un maullido y sin perder un segundo Edo salió corriendo al jardín (casi ni escuchó a su mamá decir a lo lejos: ahora si están lloviendo perros y gatos) para encontrarse un minino no más grande que su puño.

– Mira, mamá, acaba de llover un gato.

– Edo, ¿por qué agarras animales callejeros? Se te va a pegar algo – Su madre secó al gatito y lo metió en una caja con una cobija

– A ver si no deshace la cobija.

– ¿Qué? – contestó su madre ausente.

– Porque seguro es ácido, ya sabes, de la lluvia ácida.

– Mañana lo llevamos al veterinario, ahí le encuentran una familia.

Y Edo ya no insistió, pues los niños genio aprenden pronto cuando callar.

La siguiente vez que Edo vio por la ventana una de estas extrañas gotas, la historia no terminó tan bien, pues en vez de un mishi lo que apareció fue un cachorrito. Como buen hombre de ciencias, se apresuró a recoger la evidencia, que gemía horriblemente. Esta vez su madre ni siquiera lo regaño, tuvieron que dormir al perro porque tenía la cadera rota. Después de llorar un poco, Edo se secó las lágrimas y anotó:

Al ser el mejor amigo del hombre, los perros son el único animal que ha desevolucionado con el tiempo[4]; pruebas de esto que se les cae la baba y ya ni siquiera son capaces de caer de pie, a diferencia de sus archienemigos: los gatos.

            A partir de entonces la copiosidad de las lluvias en Huixquilucan fue en aumento y las calles se llenaron de ladridos, maullidos y llantos. La sorpresa alcanzó el noticiero nacional, pero no atrajo más que un par de investigadores de California. Lo cierto es que nadie se interesa por lo que pase fuera de la ciudad, sin importar lo extraño que sea.

Edo, como algunos de sus antecesores, encontró sentido de oportunidad en medio de la desgracia. Desarrollaría el invento que lo haría aparecer en los libros de historia.

            El pueblo entero se salía de sus casillas. Los gritos de ¡niños, corran que va a llover! Cambiaron su tono preocupado por un hilo de histeria, de pánico, de corran por sus vidas, niños, si es que aún las aprecian. Conforme pasaba el tiempo, los gatos y perros que llovían del cielo habían aumentado en tamaño. Poco faltaba para que empezaran a caer San Bernardos y tigres. Se rompían vidrios de los coches, cuellos de la gente, y había restos de perros por todas partes. Surgieron grupos activistas que salían con canastas y redes para intentar pescar a los animales en el aire, pero:

Calcular el lugar exacto de aterrizaje de un objeto que cae desde el cielo, requiere estimaciones de distancia, velocidad del viento y espejismo óptico que los grupos radicales de rescate difícilmente puedan resolver con sus huelgas de hambre, marchas e intentos de pesca inefectivos[5].

            Los Superdotados continuaron con las investigaciones

La materia no se crea ni se destruye, solo se transforma ¿de dónde vienen estos animales? HIPOTESIS: Se trata de un desastre meteorológico causado por el calentamiento global.

            El misterio se resolvió una tarde en la que Edo observó como Phoebe, su labrador, empezaba a evaporarse mientras tomaba una siesta. Parecía que se elevaba en una nube color chocolate. Edo la cubrió rápidamente con una manta para capturar toda la materia orgánica vaporosa y anotó en su cuaderno:

CONCLUSIÓN: Los cambios climáticos han configurado la composición gatuna y canina hasta volverla susceptible hasta al más mínimo cambio de temperatura ambiental.

            – Ha llegado el momento, debemos mandar nuestros avances a la UNAM, si nadie nos hace caso, los pasamos a inglés y los enviamos a UCLA – le dijo confiado Edo a Pablo.

            – Pero, Edo, ¡tenemos diez años! Nadie nos hará caso – Y en eso no se equivocó.


[1] Queridos lectores: aunque Edo era listo para su edad, algunas palabras de su diario son usadas fuera de contexto y sus conclusiones científicas no del todo acertadas, así que a través de estas notas al pie las clarificamos para que no entren de manera inadecuada a su vocabulario y acervo cultural

[2] Edo quiso decir “expide”

[3] Esto no es necesariamente cierto, nuestro héroe era un chico muy curioso

[4] Este razonamiento, aunque parece intuitivamente correcto, no se sabe si es la verdadera (ni única) causa del progresivo atontamiento de los perros

[5] Touché

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