Recetas de la abuela


Doña Asunción intenta no moverse mientras escucha que revuelven los cajones a sus espaldas. Aprieta la almohada y manda una última plegaria al cielo antes de voltear. Se encuentra de frente con su nieta; está pálida, en aparente trance. La vieja distingue el reflejo de un cuchillo en su pequeña mano.

– Y ahora, mijita, ¿qué haces con ese chuchillote?

– Voy a matarte.

– ¿Ah sí? ¿Y eso de que va a servirte?

– De mucho, voy a hacer moronga con tu sangre.

– Ah ya, pero no irás a comértela tú sola. Tamaño indigestión va a darte.

– Es para venderla.

– Eso sí es buena idea, pero ¿dónde pondrás la sangre? No veo que traigas ninguna cubeta y se te va a regar toda en el piso – dijo con pretendida tristeza – Sería una pena que se desperdicie.

La niña se quedó pensativa.

– Tienes razón, ahora vuelvo.

Sin distinguir si era demencia o sonambulismo, pesadilla o psicosis, la doña se dio a la fuga para no regresar.

Siguiente
Siguiente

La muerte de Paul