Pam y los escarabajos


Pam es una niña dorada, de piel y de pelo. Tiene los ojos cafés y unos brazos fuertes que le sirven bien para hacer destrozos, como dice su abuela. Pam dice tonterías y después ríe a gritos. La gente suele adorarla. Menos los maestros porque no sabe estarse quieta. Menos sus hermanas cuando las mete en apuros. Menos su abuela, que la odia. Lo único a lo que teme Pam es a sus ojos viejos cuando están furiosos. A pesar de eso no puede evitar esconderle los zapatos o hacerla creer que ha tenido un accidente o correr por la casa hasta que algo se rompe o hacer todas esas cosas a la vez. Ella se encarga de que esos ojos aparezcan cada vez que sus padres las dejan encargadas en casa de la abuela.     

            La abuela se pinta las cejas con un lápiz que hace que se le vean verdes, tiene grumos negros en las pestañas, piel como si hubiera metido la cara a la alberca por horas y pelo de Cruela de Vil. Simplemente es horrenda. Pam y sus hermanas le dicen Vibi. Ella cree que es de cariño o porque alguna no sabía pronunciar bien “abuela”, pero en realidad es por vieja bizca, o villana bipolar, o víbora viscosa, o mil otras sugerencias que se soplan las nietas al oído a través de túneles hechos de manos y después se carcajean sin que Vibi se entere de nada.   

            A Inés y a Ingrid también les gusta jugar, pero tienen más juicio cuando se trata de hacer travesuras en casa de Vibi. Ellas no solo le tienen miedo a los ojos, también las aterran las uñas y el cinturón, y por encima de todo: el clóset.  

            Cuando era más chica, Pam gritaba y golpeaba hasta que la dejaran salir, pero como su regreso al clóset era tan triste como inevitable, aprendió a tomarlo con filosofía.

            Para ser tan malvada, Vibi no es lista como las villanas de las películas, pues la encierra nada más ni nada menos que en su propio clóset. Gracias al señor que la abuela es rica y absurda porque su clóset no solo es enorme, sino que está lleno de tesoros: joyas y espejos, pieles y pelucas, vestidos de lentejuela y tacones de cristal.

            Antes del día de los escarabajos, ya eran miles las aventuras que Pam había vivido ahí dentro. Ni en Narnia se encuentran tantas maravillas. Fue una cantante de ópera en Paris con la que todos querían tomarse fotos. Atrapó al ladrón más buscado del mundo cuando fue detective. Encontró un espejo de mano y se concentró fuerte para ver a la Bestia y, no solo lo vio, sino que le dio un tour por su castillo y pudo hablar con Bella. Ahora son grandes amigas. Encontró unas velas y unos cerillos. Tuvo una idea estupenda que descartó rápidamente, era demasiado, incluso para ella.

            En una de esas tardes infinitas encontró cinco cajitas de madera, eran del tamaño perfecto para ser tumbas de hadas y ya su mente volaba hacia algún mágico glaciar (es bien sabido que las hadas mueren congeladas) cuando abrió la primera. De ella salieron disparadas mil luces de colores que venían del lomo de un bichito. ¿Qué bichito? De un insecto más largo que su dedo índice, incluso del tamaño de su mano. Tenía pegadas piedras preciosas azules y verdes y donde no había piedras, parecía que lo habían espolvoreado de oro.

            Recordó haber visto uno de esos en el pecho de Vibi, pero nunca los había mirado de cerca. Sacó al escarabajo de su tumba y lo volteó para mirar si por debajo también tenía brillantes, entonces el animalito movió las patas, de la misma forma que hace Don cuando le acarician la barriga.

            –  Eh con que eso te gusta.

            Abrió el resto de las cajas para liberar a los demás y rápido tuvo cinco insectos caminándole en los pies y las manos, haciéndole cosquillas. Las ideas llegaban a montones: dos padres y sus hijos, tenía que construirles una casa, la de piedras rojas es la madre, el que es todo dorado se porta pésimo en la escuela, pero mejor que el morado sea una bruja envidiosa que los convirtió a todos en escarabajos. 

            –  Pero escarabajos de la realeza, ¿verdad?

            –  Sí – le contestó una voz. Sonó tan bajito que no supo si venía de afuera.

            – ¿Acaba de decirme algo, Sr. Cucaracha?

            Pam tuvo que acercarse el animal a la oreja para escuchar su respuesta, tanto que le picaba con sus antenas.

            – No me llamo así, grosera. Soy Mauricia.

            – Y los demás ¿cómo se llaman?

            – Pelayo, Culao, Verdao y Yordan.

            – ¡Qué nombres tan extraños!

            A esto Mauricia no tuvo respuesta.

            – Esto es muy buena noticia, cinco nuevos amigos con quienes hablar.

            – Eso no sería correcto. Verdao, el que ves inmóvil en tu empeine, duerme todo el día. Y a Yordan nunca le he oído una palabra. Creemos que quedó traumatizado de mirarle los pelos nasales a tu abuela. 

            – Ay, que horrible.

            – No tan horrible como estar muerto, mira para arriba.

            Pam se sobresaltó. Se topó nariz con nariz con un zorro que colgaba de un abrigo, tenía la boca y los ojos abiertos, pero guangos, como si lo hubiera drogado el dentista.

            – Ese tuvo menos suerte que nosotros.

            – Supongo que querrán que los ayude a escapar de las garras de esa bruja horrorosa que se los cuelga del suéter – dijo Pam con el dramatismo que ameritaba la aventura.

            – En lo absoluto, estamos encantados aquí. La pregunta es si nosotros podemos ayudarte a ti a escapar.

            – ¿Y cómo harían algo así?

            – ¿No lo sabes? Si te comes la antena de un escarabajo real te conviertes en uno. Nosotros podríamos salir por debajo de la puerta si quisiéramos… pero no queremos.

            Pam no quiso decirle a Mauricia que ninguno de ellos cabría por culpa de los broches que tenían atados a una pata.

            – ¿Y no te molesta que te arranque una antena?

            – Bueno, niña, no seas bárbara, no tiene que ser completa. Con que le des un mordisco.

            – Esta bien y ¿Cómo le hago después para regresar a ser niña? – Sospechó que esto molestaría a la doña así que añadió – no que me moleste ser cucaracha.

            – Muy sencillo, solo tienes que morder una oreja.

            Hacía sentido. Se acercó a Mauricia a la boca y le atrapó la punta de la antena entre los dientes. Dio un crujido asqueroso. La transformación fue tan instantánea que a Pam no le dio tiempo de sentir nada. De repente ya miraba en todas las direcciones a través de unos ojos vidriosos. Podía incluso verse a sí misma, era muy hermosa, cubierta de brillantes dorados. Le pesaba mucho la espalda con las piedras, con razón Verdao dormía todo el día. 

            – Me encantó conocerlos, los echaré de menos.

            – Ojalá y no volvamos a vernos. Pórtate mal, pero que no te atrape la bruja.

            Una lógica impecable la de ese bicho. Pasó por debajo de la puerta, las patas de cucaracha le respondían a la perfección. Afuera, la casa de su abuela le pareció lo más enorme que había visto jamás. Se arrastró pesadamente hasta el reposet en el que su abuela dormía una siesta, roncaba escandalosamente con la boca abierta. Pam tuvo una estupenda idea, pero la descartó inmediatamente, era demasiado, incluso para ella. Trepó sigilosamente hasta esa oreja llena de arrugas y pelos y le metió un mordidón.   

            Vibi pegó un grito tremendo. ¡Cómo es exagerada, de veras! Fue apenas una probadita, más un beso que una herida. Antes de que Pam sintiera miedo ser descubierta, ya se había reconvertido en la niña fortachona de siempre y era imposible no verla. 

            – ¿Qué haces aquí?, ¿Cómo le hiciste pare salir del clóset? Estoy segura de que le puse llave… bueno, ya iba a dejarte salir. A ver si ahora si te comportas, algún día me lo agradecerás. Que extraño, los ojos se te ven dorados con esta luz.

            Otra vez Vibi no se enteraba de nada. Pam se tapó la boca para que no la viera reír.

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