Bellos durmientes


Genaro está harto; lleva siete días sin dormir, diario hay algo que se lo impide. Desde que echaron a su papá de la fábrica, tuvieron que rentar el segundo cuarto de la casa y ahora la familia entera duerme en una cama: Román, Bruna, José, sus padres y él.

            Genaro tiene once años y es el mayor de sus hermanos, por eso a él le toca poner cara de “aquí todo está padrísimo”, él tiene que ayudar a mamá y papá en estos momentos difíciles, pero no dormir lo está alterando. Antes, Genaro era un excelente hermano mayor: acompañaba a Bruna a la puerta del camión, defendía a Román de cualquier bulleador, ayudaba a José con su tarea y le hacía cosquillas hasta que se le saliera la pipí de la risa. Ahora está furioso y lo único que hace es lamentarse y soñar con estar dormido. Incluso su rendimiento en la escuela está bajando. 

            El problema empieza cuando su papá llega agotado después del trabajo. En cuanto su cabeza toca la almohada, da inicio a un concierto de desafinada roncadera que durará las siguientes seis o siete horas. Su llegada parece una señal para que mamá y Román, que antes dormían tranquilos, lo acompañen. Es como si se comunicaran, piensa Genaro, se acomodan perfectamente para no permitir ni un instante de silencio. Luego el calor humano, los aromas y los mosquitos. Si no es una cosa, es otra. Odio ser pobre, es el pensamiento que le rebota en la cabeza cada noche.

            José, el más chico, solo se queda dormido si le da la mano a Genaro. Ya han hablado varias veces de eso: pronto esa costumbre tendrá que parar porque José tiene que crecer y ser valiente. De cualquier forma, después de decir eso, Genaro le sonríe y le toma la mano para evitar que las lágrimas que se le están acumulando en los ojos lleguen a salir.

            Otra vez amanece sin haber pegado un ojo: está noche es la octava. Mientras camina a la escuela recuerda como esa mañana José quiso contarle alguna tontería y Genaro le pidió que se callara. No estoy de humor, le dijo. Se sienta en clase de Miss Lucia, que está hablando de historia, Coatlicue, diosa de la fertilidad; su materia favorita, Huitzilopochtli, dios de la guerra; pero no logra concentrarse. Mientras la maestra repasa los dioses aztecas, Yohualtecuhtli, Genaro escucha su voz cada vez más lejana, diosa de la noche; siente un picor en los ojos que sólo desaparece si los cierra, y protectora de los sueños de los niños; la mano que agarra la pluma está perdiendo fuerza… Yohualtecuhtli, diosa de la noche y protectora de los sueños de los niños.

 

Genaro abre los ojos. El bosque se extiende hacia el horizonte, lo percibe a sus espaldas y lo intuye a sus costados incluso antes de voltear. Está descalzo en un bosque infinito. Camina como un zombie, sin control sobre su cuerpo. Ese par de pies suyos parecen conocer el camino. Sigue rodeado de árboles, pero el piso se transforma en piedra. ¿Un camino? Conforme avanza, los troncos se alinean a su paso, lo observan como soldados escoltando su camino al patíbulo. De repente, un claro. Camina al centro y se sienta de piernas cruzadas. De un instante a otro, el piso se vuelve negro y profundo, como el cielo. El bosque desaparece y el niño queda flotando, sentado en medio del espacio. Abajo a la izquierda, Genaro identifica el Cinturón de Orión, ese que aprendió a reconocer en clase de Miss Lucia. Sus ojos se fijan en las estrellas debajo de éste que forman un corazón humano, un corazón que empieza a palpitar y a crecer. Crece y gira y gira y se deforma hasta convertirse en un rostro enorme, en una cara de escultura de piedra, de antiguo tótem. Es la imagen de una diosa azteca que dice:

            – Mi niño, me da gusto verte nuevamente por acá – la voz de la mujer astral lo abarca todo, el universo entero.

            – ¿Cómo? Yo nunca había estado aquí.

            – ¡Cien y mil veces has estado! Estás en la tierra de los sueños. – Le sonríe, orgullosa, con una boca hecha de estrellas – Soy Yohualtecuhtli, diosa de la noche y protectora de los sueños de los niños.

            – Mmm… ok – responde Genaro, mientras piensa que ese sueño se siente demasiado real.

            – Dime, ¿por qué me tienes abandonada? No es normal que un chamaco como tú se la pase despierto y sin soñar.

            – Pues… las cosas están difíciles en mi casa – Genaro se encoje de hombros antes de añadir – pero a mí no me interesa soñar, sólo dormir.

            –  Los sueños son muy importantes, nos dicen quiénes somos – contesta la diosa – aparte, yo necesito de sus sueños para estar nutrida y fuerte, y así poder cuidar de ustedes.

            –  Entonces, ¿vas a ayudarme a dormir?

            La deidad suelta una carcajada, su boca abierta es un pozo de oscuridad total.

            – Pues podría hacerlo, pero no sé si te interese… estas de acuerdo que en la vida nada es gratis.

            – ¿Y qué quieres a cambio?  Los dioses no necesitan favores.

            – Claro que sí, últimamente tengo tanta hambre como tú tienes sueño. Los niños que ven pantallas no duermen como antes, casi no sueñan.

            – ¿Por qué?

            – Yo que sé, tal vez las pantallas les roban la imaginación. Por eso extraño a los muchachos soñadores como tú.

            – Entonces, ¿eso quieres? ¿mis sueños?

            – Sí, sí, pero no sólo los tuyos… esos los recuperaré en cuanto te ayude a dormir de nuevo. Quiero también los sueños de tus hermanos, los sueños de José, en especial.

            – ¿Ellos no sueñan?

            – No, duermen profundo, pero hace un tiempo que no sueñan. Tal vez algo los inquieta tanto como a ti.

            – Pues toma sus sueños, no veo el problema – Era extraño para Genaro que la diosa hubiera hecho tanto show para eso. Extravagancia prehispánica, supuso.

            – Recuerda que no podrás retractarte. El mundo de los sueños puede resultar muy atractivo cuando la realidad es dura…

            – Es un trato.

            El chico se escupió en la palma de la mano y simuló un apretón con el aire.

            – ¡Magnífico! – Exclamó Yohualtecuhtli, entre risas.

 

Genaro despierta en el salón, babeó su cuaderno de historia y no tiene idea cuanto tiempo ha dormido. La maestra lo mira y dice:

            – Bienvenido de vuelta, Gen, ¿puedes pasar al pizarrón a contestar esto?

            Y así terminó el día escolar.

 

Al volver a casa está más entusiasmado que cuando salió en la mañana, corre a buscar a sus hermanos. Les pedirá perdón por ignorarlos y les contará que, de ahora en adelante, gracias a él, el mundo de los sueños será suyo.

            Encuentra a Bruna sentada en el piso fuera del cuarto, juega con una muñeca mientras tararea, pero sus ojos están cerrados.

            – Bruna, despierta, tengo algo que decirte. – Pero la niña continúa como si nada cantando la canción de un anuncio de jugos, mientras mece su juguete. Genaro la tira de loca y llama a Román y José para decirles que vayan a echar una cascarita con los de la cuadra. Román está en el excusado leyendo, más bien deteniendo un libro pues sus ojos están cerrados. Extrañado y ya un poco asustado, Genaro sigue dando vueltas en busca de José. Grita su nombre, cada vez más fuerte y más desesperado. Finalmente lo halla haciendo sus deberes en el cuarto que ya no les pertenece. Él sí tiene los ojos abiertos, pero apenas. Parece estar más cansado que Genaro tras sus ocho noches en vela.

            – Hola, José – le sacude el pelo, luego lo ataca a cosquillas, pero José apenas sonríe. Lucha por mantener los ojos abiertos.

            – Tranquilo, amiguito, duérmete y yo acabo tu tarea.

            Lo carga y lo deja en la cama familiar. Luego va por Bruna y Román, les toma de la mano y también los lleva a recostarse. Les quita los zapatos a los tres y espera sentado entre sus hermanos durmientes a que vuelvan sus padres.

            Llegaron juntos a eso de las diez y abrieron la puerta de golpe. Se veían estúpidamente felices. El papá no se contuvo un segundo:

            – Genaro, hijo, despierta a los demás…

            – Les tenemos una noticia increíble – completó mamá.

            Al verlos, Genaro lloró.

 

Gracias al trabajo nuevo de su padre los niños recibieron la mejor atención médica, pero ningún doctor encontró cura. Están dormidos. Ese fue el diagnóstico y no tenía solución. Bruna y Román se despertaban apenas lo suficiente para comer e ir al baño, pero no tenían energía para pronunciar una sola palabra. Deambulaban dormidos por la casa día y noche. Genaro ponía mucho esfuerzo en que no se hicieran daño con las paredes ni se salieran a la calle. En cuanto a José, él no despertaba, vivía en un sueño eterno. Genaro se dedicaba a él con más atención, pues necesitaba alimentarlo, asearlo y moverlo un poco mientras se hacía mayor.

            Al principio, cuando dormía, Genaro veía a sus hermanos en sus sueños. Los veía a lo lejos y corría en su dirección, pero muy traviesos nunca se dejaban atrapar. A veces veía a José llorando en la distancia, pero ni esas veces lograba alcanzarlo. La diosa ya no apareció, pero cada vez que soñaba la llamaba a gritos, le decía traidora, mentirosa, maldita… Le gritaba con furia hasta que se despertaba con los ojos llenos de lágrimas, los puños apretados y la mandíbula trabada. 

            Al hacerse mayor dejó de soñar con sus hermanitos y solamente les hacía compañía durante el día. Les secaba la frente y les daba la mano cuando estaban atrapados en una pesadilla, pero no podía hacer nada para sacarlos de ahí. De cualquier forma, él se había llevado la peor parte. Ahora vivía solo, extrañándolos y arrepentido por las vidas que no pudieron vivir, sabiéndose culpable de todo.

            Hoy solamente quedan Genaro y José, y después de todos estos años siguen durmiendo juntos y tomados de la mano, solo que ahora es Genaro el que reza por que José nunca lo suelte.

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